Todos los días se despertaba en mitad de la noche temblando. No era capaz a pasar una noche entera durmiendo. Sus propios fantasmas no dejaban de acosarla. Se despertaba y con los ojos abiertos como platos repasaba toda su habitación para asegurarse de que no había ningún fantasma ni ningún monstruo al acecho. Jamás lo encontraba. Todas, todas las noches lo mismo. Todas las noches hasta que se dio cuenta de algo. Lo que temía era que al despertar se diese cuenta de que todo era un sueño. Lo que más temía era perderle, perder aquello que tanto significaba para ella y que cada vez notaba más alejado.
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