La ilusión de un espejo roto

La ilusión de un espejo roto
Y pensaron que sabían lo que veían. Pero sólo era un reflejo

lunes, 20 de octubre de 2014

Isabella salió corriendo. No podía creer lo que le acababa de decir. Subió las escaleras y se metió en el baño. Cerró la puerta y abrió el grifo para lavarse la cara. Intentó abrir la ventana, pero no había ningún cerrojo ni ninguna manilla. Golpeó el cristal pero no sirvió de nada. 
Alguien abrió la puerta y le sujetó la mano. Era Anna, quien la miraba con la mirada perdida.
- ¿Qué pretendes? ¿No te han explicado las normas?- la mirada de la pequeña era intensa, rabiosa- Esto sólo servirá para hacerte daño y no queremos que eso pase. Deja de hacer el tonto y acostúmbrate. 
Las otras chicas se acercaron a la puerta para ver lo que pasaba. Cuando Anna salió, se apartaron para dejarle espacio. Clarissa se acercó a ella y la tomó de la mano. La guió fuera y las otras las siguieron a la cocina. 
- A todas nos ha pasado al principio- comenzó Clarissa- No queremos aceptar que no podemos salir. Todas lo hemos intentado, unas con más ahínco que otras, pero ninguna lo ha logrado. Antes éramos más, pero han desaparecido. Las más rebeldes, las que no aceptaban las normas ni la sumisión de la situación ya no están. No sabemos qué les ha pasado, pero un hombre se las llevó y no volvieron. Ahora no nos queda otra que ayudarnos las unas a las otras, darnos fuerzas para continuar. Anna y Rose llevan ya tanto tiempo que no les importa. De hecho, se sienten cómodas con esto.
Las gemelas se acercaron. Una de ellas se sentó al lado de Clarissa y la otra le puso una mano en el hombro a Isabella. Vistas de cerca, se notaban pequeñas diferencias. La que estaba a su lado, tenía los ojos más oscuros, además su piel era más brillante. Era algo más alta y su pelo algo más claro. 
- No nos queda otra que aguantar con lo que nos toca.- dijo esta- Al menos nos cuidan. Nos dan comida y ropa limpia. Somos nosotras quienes nos encargamos de hacer las tareas. Ahora te parecerá una locura y tratarás de luchar contra ello, pero te acabarás resignando. Por cierto, yo soy Helena.
Isabella tenía las manos alrededor de su pecho, como abrazándose para intentar protegerse. Estaba asustada. Tenía el estómago revuelto, sentía nauseas. No sabía si eran los nervios o que su estómago aún no se había asentado del todo.
Las chicas se levantaron y empezaron a sacar ingredientes de la nevera y a hacer la comida. Ella no se sentía con ánimo, pero después de un rato se levantó y les preguntó que en qué podía ayudar.
- Prefiero estar ocupada y no pensar en esto.
- Perfecto- respondió Carmen- puedes ir preparando la mesa. Los platos están en el segundo armario y los cubiertos en el primer cajón.
Y así empezó con la rutina. Al principio era muy duro, pero poco a poco fue acostumbrándose. Fue haciéndose amiga de las chicas, hablaban de sus cosas, de sus miedos y de lo que les gustaría hacer cuando salieran.
Una semana después, Rose decidió que era hora de que cambiara de habitación y empezara a compartirla con Clarissa.

jueves, 9 de octubre de 2014

Al otro lado del marco, había una chica, una niña prácticamente. No tendría más de 12 o 13 años. Tenía el pelo negro y la piel muy pálida, como si hiciese tiempo que no le diera el sol. Sus ojos eran azules y vagaban por la estancia. Cuando se fijó en ella, una sonrisa asomó por sus labios. Había algo salvaje en ella, pero no era desagradable. Iba también con un camisón, pero más sencillo que el que ella levaba y algo más largo, además, iba descalza.
- Dime, ¿cómo te llamas?- preguntó la pequeña
- Isabella. ¿Dónde demonios estoy?- contestó con voz insegura.
- No te preocupes, aquí estás a salvo. Cuidaremos de ti.- se giró y empezó a caminar- Venga, es hora de desayunar. Las demás están esperando. Por cierto, me llamo Anna
- ¿Las demás?
La niña ya se había ido y estaba casi doblando la esquina. En cuanto llegó a este punto, encontró unas escaleras que bajaban y vio a Anna entrar en una de las tres puertas que había en el pasillo al que había llegado. Evidentemente, la siguió. Entró en lo que supuso que era un comedor. El suelo era de madera oscura y había una gran mesa redonda de cristal. Además de la pequeña, había otras tres chicas. 
Había dos sillas libres y Anna le señaló una para que se sentara. Delante tenía una taza con café y en el centro de la mesa había un plato con tostadas y dos botes de mermelada. 
- Estas son Clarissa -una chica morena, más o menos de su edad- Helena y Carmen
Estas dos últimas eran gemelas. Tendrían dos o tres años más que ella y eran rubias. A modo de saludo movieron levemente la cabeza, pero no hablaron mientras comían. 
Casi habían terminado cuando otra mujer entró por la puerta. Tendría unos veintimuchos o treintaipocos años. Era esbelta, alta y delgada. En general era bastante estrecha, aún así tenía una figura bonita que se resaltaba con el vestido ajustado que llevaba. Su pelo era rojo como el fuego, como un atardecer. Sus ojos eran verdes y también tenían algo de salvajes. Sonrió a las chicas cuando entró.
- Así que tú eres la recién llegada, ¿no? Isabella me han dicho.- dijo con una voz firme pero dulce.
Solamente asintió.Se sentía intimidada por esa mujer. 
- Dime, ¿cómo te encuentras hoy?- inquirió mientras se sentaba en la silla libre, a su lado.
- Bien - respondió tímidamente- me duele algo la cabeza.
- No te preocupes, es normal, teniendo en cuenta como te encontré ayer... Por cierto, me llamo Rose. A las demás creo que ya las conoces. Acompáñame, te daré una toalla y ropa limpia. Una ducha te vendrá muy bien, te ayudará a despejarte.
La acompañó nuevamente al piso de arriba, al baño en el que había estado y le dejó una toalla, diciéndole que le llevaría luego algo para que se pusiera. La vez anterior no se había fijado en lo grande que era. Había una bañera bastante grande y de apariencia antigua. Era blanca y tenía dibujos en los bordes. Abrió el grifo y mientras esperaba a que calentase el agua, fue quitándose la ropa. Entró y corrió la cortina. Alguien picó a la puerta y dejó algo en un pequeño mueble junto al lavabo. El agua caía sobre su piel. Parecía que se iba despejando. Numerosas preguntas empezaron a amontonarse desordenadamente en su cabeza. Pero las principales eran dónde demonios estaba y quiénes eran esas chicas, en especial, Anna y Rose.
Después de un rato bajo el calor del agua, cerró el grifo y se envolvió en la toalla. Era muy suave, como si fuese nueva. Encima de la mesa habían dejado un conjunto de encaje, muy delicado y un vestido verde claro bastante suelto. No había zapatos por ningún lado. Una vez que se hubo vestido, salió. En la puerta estaba una de las gemelas. 
- Rose está esperándote. Quiere hablar contigo - la cogió del brazo y lo apretó. Parecía que iba a decirle algo más, pero se calló - Vamos, está en el salón.
Su voz era ronca, a penas la había oído. En el tramo que la estuvo siguiendo, vio que también se había cambiado. Ahora llevaba un vestido ajustado al pecho y a la cintura y que caía suelto hasta las rodillas. También iba descalza. Su pose, su manera de caminar eran las de una persona cansada, desesperada. 
Cuando llegaron, la chica (no sabía si era Carmen o Helena) picó a la puerta y una voz desde dentro las invitó a entrar. Abrió la puerta, dio un pequeño empujón a Isabella y la cerró. La estancia era de color claro, lo que junto con el amplio ventanal, daba una sensación de gran luminosidad. Había dos sofás grandes y una butaca en la que estaba sentada Rose. Acababa de dejar un libro encima de una mesita que estaba en medio de la estancia. Con un gesto de la mano, la alentó a sentarse.
- Espero que hayas disfrutado del baño. Veo que acerté totalmente con tu talla, ese vestido te sienta muy bien. Hay alguna cosa que deberías saber de este sitio.- hizo una breve pausa y soltó un suspiro - Anna y yo llevamos aquí mucho tiempo, así que si necesitas cualquier cosa, no dudes en acudir a nosotras. Carmen y Helena llevan unos meses y Clarissa llegó sólo hace un par de semanas.- hizo otra pausa, más larga que la anterior, como si tratara de elegir las palabras adecuadas - No podrás salir de aquí. Las ventanas no se abren y el cristal es muy resistente. Además la puerta principal está cerrada. Además hay un par de normas que debes saber. Eres totalmente libre de moverte por donde quieras, pero hay una zona prohibida, el tercer piso. A ninguna de nosotras se nos permite subir ahí. También a las 12 de la noche, es el toque de queda, se apagan las luces y debemos estar en nuestro cuarto. Cada una de nosotras comparte habitación. Evidentemente Carmen y Helena utilizan una. De momento, tú dormirás con Anna. Luego, ya veremos. No intentes escapar, otras ya lo han intentado y no lo consiguieron. Así será más seguro. Esto te resultará abrumador, pero te acostumbrarás.
Cuando terminó de hablar, volvió a coger su libro y se puso a leer.

jueves, 2 de octubre de 2014

Abrió los ojos. No tenía ni la más remota idea de dónde estaba. ¿De quién era esa cama? ¿De quién era la casa en la que estaba? Madre mía, cómo le dolía la cabeza. El estómago era un revoltijo de a saber qué. Bueno, lo que estaba segura de que no había era comida. Sólo una mezcla brutal de bebidas, evidentemente, alcohólicas. Un brazo la rodeó. Era cálido, pero no tenía ni idea de a quién pertenecía. Con un brusco movimiento lo apartó y oyó un gruñido del otro lado de la cama. Se arrastró hasta el borde de la cama y, apoyada en el cabecero, se levantó. Se apoyó en la pared y a tientas buscó la puerta. Tardó un tiempo en darse cuenta de que, a diferencia de lo que ocurre habitualmente en estos casos, no estaba desnuda. Pero tampoco llevaba puesta la ropa con la que había salido, ni siquiera era suya. Era un camisón demasiado delicado para una chica como ella.
Cuando al fin tocó el pomo con su mano, abrió lentamente la puerta. Un gran chorro de luz inundó la oscura habitación. Se tapó los ojos con una mano. La luz le molestaba demasiado. La figura que había estado tumbada junto a ella pareció despertarse, hizo un ademán de incorporarse y soltó otro gruñido. Ella, rápidamente salió de la habitación. El pasillo era estrecho, pero estaba muy bien iluminado por una gran ventana al fondo, justo antes de que hiciera un giro a la izquierda. En la misma pared de la habitación que acababa de salir había había otra puerta y en la pared de enfrente, había otras tres más. Dos de ellas, estaban cerradas. Se acercó a la más cercana, que estaba entreabierta. No era lo que estaba buscando, sólo otra habitación oscura. La cuarta puerta, de la que salía una rendija de luz, era un baño. Entró y cerró la puerta. 
Cuando se miró al espejo, no se reconoció. Tal vez sí, pero no estaba segura. Tenía el pelo totalmente revuelto y el maquillaje corrido. La boca le sabía a rayos. Trató de recordar qué había pasado, pero no pudo, por su cabeza sólo pasaron imágenes confusas de luces, música alta, voces y ruido. Lo último que recordaba era entrar en una discoteca plagada de gente y que un chico rubio la invitara a una copa. Se lavó la cara y volvió a intentarlo. Algunas nuevas imágenes lucharon y se agolparon en su cabeza. Otra vez ese chico rubio bailando con ella. Le pareció que en algún momento intentó besarla, pero ella se apartó. Fue un movimiento tan brusco que se debió caer, porque tenía moratones en las piernas. Su siguiente recuerdo fue un brazo sujetándola y sus propios pies caminando hacia no sabía dónde. Pero la cara de quién la llevaba, de su compañero de cama, no estaban por ningún lado.
Estaba totalmente absorta en sus pensamientos cuando alguien picó a la puerta.
- ¿Estás bien?- dijo una voz. Era una mujer, aunque no sabría decir su edad.
- Aww, me duele todo.- respondió con voz quejumbrosa.
Alguien abrió la puerta.


Espero que os haya gustado. Esto no acaba aquí, espero que para la próxima semana tenga tiempo para continuar la historia un poco más