La ilusión de un espejo roto

La ilusión de un espejo roto
Y pensaron que sabían lo que veían. Pero sólo era un reflejo

jueves, 9 de octubre de 2014

Al otro lado del marco, había una chica, una niña prácticamente. No tendría más de 12 o 13 años. Tenía el pelo negro y la piel muy pálida, como si hiciese tiempo que no le diera el sol. Sus ojos eran azules y vagaban por la estancia. Cuando se fijó en ella, una sonrisa asomó por sus labios. Había algo salvaje en ella, pero no era desagradable. Iba también con un camisón, pero más sencillo que el que ella levaba y algo más largo, además, iba descalza.
- Dime, ¿cómo te llamas?- preguntó la pequeña
- Isabella. ¿Dónde demonios estoy?- contestó con voz insegura.
- No te preocupes, aquí estás a salvo. Cuidaremos de ti.- se giró y empezó a caminar- Venga, es hora de desayunar. Las demás están esperando. Por cierto, me llamo Anna
- ¿Las demás?
La niña ya se había ido y estaba casi doblando la esquina. En cuanto llegó a este punto, encontró unas escaleras que bajaban y vio a Anna entrar en una de las tres puertas que había en el pasillo al que había llegado. Evidentemente, la siguió. Entró en lo que supuso que era un comedor. El suelo era de madera oscura y había una gran mesa redonda de cristal. Además de la pequeña, había otras tres chicas. 
Había dos sillas libres y Anna le señaló una para que se sentara. Delante tenía una taza con café y en el centro de la mesa había un plato con tostadas y dos botes de mermelada. 
- Estas son Clarissa -una chica morena, más o menos de su edad- Helena y Carmen
Estas dos últimas eran gemelas. Tendrían dos o tres años más que ella y eran rubias. A modo de saludo movieron levemente la cabeza, pero no hablaron mientras comían. 
Casi habían terminado cuando otra mujer entró por la puerta. Tendría unos veintimuchos o treintaipocos años. Era esbelta, alta y delgada. En general era bastante estrecha, aún así tenía una figura bonita que se resaltaba con el vestido ajustado que llevaba. Su pelo era rojo como el fuego, como un atardecer. Sus ojos eran verdes y también tenían algo de salvajes. Sonrió a las chicas cuando entró.
- Así que tú eres la recién llegada, ¿no? Isabella me han dicho.- dijo con una voz firme pero dulce.
Solamente asintió.Se sentía intimidada por esa mujer. 
- Dime, ¿cómo te encuentras hoy?- inquirió mientras se sentaba en la silla libre, a su lado.
- Bien - respondió tímidamente- me duele algo la cabeza.
- No te preocupes, es normal, teniendo en cuenta como te encontré ayer... Por cierto, me llamo Rose. A las demás creo que ya las conoces. Acompáñame, te daré una toalla y ropa limpia. Una ducha te vendrá muy bien, te ayudará a despejarte.
La acompañó nuevamente al piso de arriba, al baño en el que había estado y le dejó una toalla, diciéndole que le llevaría luego algo para que se pusiera. La vez anterior no se había fijado en lo grande que era. Había una bañera bastante grande y de apariencia antigua. Era blanca y tenía dibujos en los bordes. Abrió el grifo y mientras esperaba a que calentase el agua, fue quitándose la ropa. Entró y corrió la cortina. Alguien picó a la puerta y dejó algo en un pequeño mueble junto al lavabo. El agua caía sobre su piel. Parecía que se iba despejando. Numerosas preguntas empezaron a amontonarse desordenadamente en su cabeza. Pero las principales eran dónde demonios estaba y quiénes eran esas chicas, en especial, Anna y Rose.
Después de un rato bajo el calor del agua, cerró el grifo y se envolvió en la toalla. Era muy suave, como si fuese nueva. Encima de la mesa habían dejado un conjunto de encaje, muy delicado y un vestido verde claro bastante suelto. No había zapatos por ningún lado. Una vez que se hubo vestido, salió. En la puerta estaba una de las gemelas. 
- Rose está esperándote. Quiere hablar contigo - la cogió del brazo y lo apretó. Parecía que iba a decirle algo más, pero se calló - Vamos, está en el salón.
Su voz era ronca, a penas la había oído. En el tramo que la estuvo siguiendo, vio que también se había cambiado. Ahora llevaba un vestido ajustado al pecho y a la cintura y que caía suelto hasta las rodillas. También iba descalza. Su pose, su manera de caminar eran las de una persona cansada, desesperada. 
Cuando llegaron, la chica (no sabía si era Carmen o Helena) picó a la puerta y una voz desde dentro las invitó a entrar. Abrió la puerta, dio un pequeño empujón a Isabella y la cerró. La estancia era de color claro, lo que junto con el amplio ventanal, daba una sensación de gran luminosidad. Había dos sofás grandes y una butaca en la que estaba sentada Rose. Acababa de dejar un libro encima de una mesita que estaba en medio de la estancia. Con un gesto de la mano, la alentó a sentarse.
- Espero que hayas disfrutado del baño. Veo que acerté totalmente con tu talla, ese vestido te sienta muy bien. Hay alguna cosa que deberías saber de este sitio.- hizo una breve pausa y soltó un suspiro - Anna y yo llevamos aquí mucho tiempo, así que si necesitas cualquier cosa, no dudes en acudir a nosotras. Carmen y Helena llevan unos meses y Clarissa llegó sólo hace un par de semanas.- hizo otra pausa, más larga que la anterior, como si tratara de elegir las palabras adecuadas - No podrás salir de aquí. Las ventanas no se abren y el cristal es muy resistente. Además la puerta principal está cerrada. Además hay un par de normas que debes saber. Eres totalmente libre de moverte por donde quieras, pero hay una zona prohibida, el tercer piso. A ninguna de nosotras se nos permite subir ahí. También a las 12 de la noche, es el toque de queda, se apagan las luces y debemos estar en nuestro cuarto. Cada una de nosotras comparte habitación. Evidentemente Carmen y Helena utilizan una. De momento, tú dormirás con Anna. Luego, ya veremos. No intentes escapar, otras ya lo han intentado y no lo consiguieron. Así será más seguro. Esto te resultará abrumador, pero te acostumbrarás.
Cuando terminó de hablar, volvió a coger su libro y se puso a leer.

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