Vivía una pesadilla. Poco a poco veía como iba perdiendo aquello que más quería. Pero, sinceramente, no le importaba. Tenía un vacío tan grande en su interior que ni siquiera era consciente de que estaba sucumbiendo a una oscuridad imposible. No podía sentir nada. Su pesadilla no era una pesadilla, era un vacío.
Sin vacilación alguna levantó la vista del teclado y cerró la ventana de su pantalla. Jamás volvió a saberse nada de ella. Salió de su casa y desapareció. La oscuridad de las calles se la tragó y sus zapatos dejaron de resonar poco a poco en el suelo.
Cuando la encontraron, tenía escarcha en las pestañas.
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