Isabella salió corriendo. No podía creer lo que le acababa de decir. Subió las escaleras y se metió en el baño. Cerró la puerta y abrió el grifo para lavarse la cara. Intentó abrir la ventana, pero no había ningún cerrojo ni ninguna manilla. Golpeó el cristal pero no sirvió de nada.
Alguien abrió la puerta y le sujetó la mano. Era Anna, quien la miraba con la mirada perdida.
- ¿Qué pretendes? ¿No te han explicado las normas?- la mirada de la pequeña era intensa, rabiosa- Esto sólo servirá para hacerte daño y no queremos que eso pase. Deja de hacer el tonto y acostúmbrate.
Las otras chicas se acercaron a la puerta para ver lo que pasaba. Cuando Anna salió, se apartaron para dejarle espacio. Clarissa se acercó a ella y la tomó de la mano. La guió fuera y las otras las siguieron a la cocina.
- A todas nos ha pasado al principio- comenzó Clarissa- No queremos aceptar que no podemos salir. Todas lo hemos intentado, unas con más ahínco que otras, pero ninguna lo ha logrado. Antes éramos más, pero han desaparecido. Las más rebeldes, las que no aceptaban las normas ni la sumisión de la situación ya no están. No sabemos qué les ha pasado, pero un hombre se las llevó y no volvieron. Ahora no nos queda otra que ayudarnos las unas a las otras, darnos fuerzas para continuar. Anna y Rose llevan ya tanto tiempo que no les importa. De hecho, se sienten cómodas con esto.
Las gemelas se acercaron. Una de ellas se sentó al lado de Clarissa y la otra le puso una mano en el hombro a Isabella. Vistas de cerca, se notaban pequeñas diferencias. La que estaba a su lado, tenía los ojos más oscuros, además su piel era más brillante. Era algo más alta y su pelo algo más claro.
- No nos queda otra que aguantar con lo que nos toca.- dijo esta- Al menos nos cuidan. Nos dan comida y ropa limpia. Somos nosotras quienes nos encargamos de hacer las tareas. Ahora te parecerá una locura y tratarás de luchar contra ello, pero te acabarás resignando. Por cierto, yo soy Helena.
Isabella tenía las manos alrededor de su pecho, como abrazándose para intentar protegerse. Estaba asustada. Tenía el estómago revuelto, sentía nauseas. No sabía si eran los nervios o que su estómago aún no se había asentado del todo.
Las chicas se levantaron y empezaron a sacar ingredientes de la nevera y a hacer la comida. Ella no se sentía con ánimo, pero después de un rato se levantó y les preguntó que en qué podía ayudar.
- Prefiero estar ocupada y no pensar en esto.
- Perfecto- respondió Carmen- puedes ir preparando la mesa. Los platos están en el segundo armario y los cubiertos en el primer cajón.
Y así empezó con la rutina. Al principio era muy duro, pero poco a poco fue acostumbrándose. Fue haciéndose amiga de las chicas, hablaban de sus cosas, de sus miedos y de lo que les gustaría hacer cuando salieran.
Una semana después, Rose decidió que era hora de que cambiara de habitación y empezara a compartirla con Clarissa.