Todas ellas seguían su rutina. No era fácil seguir con el ánimo alto sabiendo que lo más posible sería que no podrían salir. Aún así, trataban de consolarse las unas a las otras, de sentirse esperanzadas diciéndose que las encontrarían. Poco a poco, fueron haciéndose amigas.
La relación con Anna y Rose era, cuanto menos, complicada. Ninguna de las dos pasaban más tiempo del necesario con las chicas. Comidas y alguna otra ocasión en la que las llamaban. Eran como las señoras de la casa. No movían un dedo para nada. Leían y practicaban algunos instrumentos.
Sin embargo, un tiempo después (tal vez dos meses, ninguna de ellas tenía constancia del tiempo exacto que llevaban allí) esto cambió. Empezaron a pasar más tiempo con las chicas. Seguían sin hablar demasiado con ellas ni mover un dedo, pero se preocupaban más por la limpieza de la casa. Estaban más encima de ellas en este aspecto. Empezaron a darles recetas a las chicas. Pero recetas bastante complicadas. La comida que llegaba a la nevera era más selecta cada vez.
Una o dos semanas después, una vez que las chicas hubiesen terminado la cena (otra receta exquisita que les había dado Rose), Anna fue a la cocina. Iba ataviada con un bonito vestido granate. Era ajustado al pecho, con el cuello cerrado, con una falda suelta y larga.
- Chicas, id a vuestras habitaciones. Os hemos dejado ropa para que os cambiéis.- ordenó- Quitaos esos harapos y arreglaos un poco.
Las chicas se miraron. Llevaban los vestidos que les dejaban cada mañana. Eran bastante simples, colores suaves. Ninguna otra persona los habría considerado harapos. Las chicas obedecieron y salieron en silencio.
- ¿Qué creéis que pasa?- preguntó Isabella.
- No lo sé- respondió Helena- es la primera vez que nos hacen cambiarnos.
- Sí- secundó su hermana- además, es la primera vez que Anna se viste tan elegante.
Llegaron a la parte de arriba y fueron cada una a su habitación. Isabella y Clarissa miraron como las gemelas cerraban la puerta de su dormitorio. Después, entraron en el que compartían.
- Hay algo que no va bien- susurró Clarissa- No me gusta esto, me pone demasiado nerviosa.
- Tienes razón, pero no podemos hacer nada.- contestó su amiga mientras cogía el vestido que estaba sobre su cama- ahora vengo, voy a cambiarme.
Isabella salió de la habitación y fue al baño. Estaba vacío. Entró y cerró la puerta. El vestido que le habían dado era de fiesta, de un color azul oscuro y un tacto muy suave. A diferencia del que llevaba Anna, este tenía una falda abombada, como los que se llevaban en el renacimiento. Al igual que estos, también tenía una abertura en la parte delantera que dejaba ver un faldón negro. Tenía un corpiño muy rígido que estilizaba el pecho de la muchacha. Una vez que se vistió, se lavó la cara e intentó peinarse lo mejor que pudo.
Cuando volvió a la habitación, Clarissa ya estaba vestida. Su vestido era igual que el que ella llevaba, pero en color verde. Un poco después, picaron a la puerta. Eran las gemelas y sus vestidos, eran exactamente iguales a los que ellas llevaban, pero en verde y amarillo. Cuando llegaron a la planta baja, Rose las estaba esperando. En lugar de ir a la cocina, las guió a otra sala. Era un comedor bastante grande. En la mesa que estaba en el centro, donde estaban colocados 7 juegos de platos y cubiertos, además de lo que habían cocinado, había un hombre sentado. Llevaba un traje negro y una capa corta. Además, su rostro estaba tapado por una máscara de pico, igual que las que se usaban cuando la peste, pero decorada en dorado y negro.
- Así que estas son las muchachas- dijo con voz grave- la verdad que son hermosas. Muy buen trabajo Rose.
- Muchas gracias señor- dijo en un susurro.
- Vamos, vamos, chicas, sentaos, sentaos- invitó con un tono jovial.- no queremos que se enfríe la comida, ¿verdad?
***
Cuando Isabella abrió los ojos, estaba muy oscura. Tenía las manos atadas en alto y estaba medio sentada sobre el suelo. Tenía la boca seca. Intentó hablar, pero no pudo. Al final, tras varios intentos, su voz salió.
- ¿Rose? ¿Anna?- llamó con voz quebrada. - ¿Hay alguien ahí?
Sólo el silencio la respondió. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, empezó a vislumbrar siluetas, pero no sabía exactamente qué eran. Algunas parecían tener forma humana, pero podrían ser una escoba o cualquier otra cosa. Intentó desatarse las manos, pero la persona que hizo los nudos, sabía lo que hacía. No consiguió más que abrirse la piel.
- Por favor- sollozó- si hay alguien, ayúdeme.
Siguió llorando y pidiendo ayuda, pero nadie acudió, nadie contestó
¡Indigna!
ResponderEliminarPd: a ver cuando haces un personaje que se llame Paco, ya te vale ehhh
aii pobre pacoooo